Con la rienda suelta
09 de Enero del 2011
Pasé el fin de año en la Ciudad de México, visitando a amigos con los que trabajé en la primera mitad de los ochenta. Brillaba el sol y no había contaminación - esa que provoca las fatídicas inversiones térmicas que castigan los pulmones de los "chilangos"-ni congestión de tráfico. El Distrito Federal era una ciudad relativamente apacible en que uno podía transitar a sus anchas. El desasosiego venía de la palabra escrita: las noticias en los periódicos, que muchos de mis amigos ya ni leen para evitarse la angustia y el "dolor del alma".
El 1 de enero al mediodía comía unos tacos en el emblemático El Califa de la Colonia Condesa, distrito situado en las faldas del montículo de Chapultepec, en cuya cima se alza el castillo del mismo nombre. Leía en el diario Reforma el estremecedor inventario de crímenes en 2010:
"México registró durante el pasado 2010 unas 12 mil 658 muertes asociadas a la violencia por el tráfico de drogas, lo que significa un aumento del 52 por ciento respecto de las estadísticas de 2009. Estos números se traducen en un muerto cada 40 minutos".
Pocos días antes había sido puesto en libertad el gerifalte del partido de gobierno, el PAN, Diego Fernández de Cevallos, después de ocho meses de cautiverio, por un rescate de 30 millones de dólares.
¡Qué deterioro en relación al México de 1985!, que dejé para incorporarme al Banco Mundial, y ¡qué parecido al Perú de 1990-91! que viví en mis viajes de trabajo como funcionario de dicho organismo. ¿Lo recuerdan? Los adolescentes no lo vivieron, y otros muchos, gracias a Dios, lo han ido olvidando. Algunos piensan que la violencia rampante y sanguinaria amainó por arte de magia. Otros que a golpe de violaciones sistemáticas de los derechos humanos, como si los ciudadanos de buena voluntad hubieran tenido derecho alguno al respeto y protección de sus vidas por aquel entonces. En mi recuerdo, el cuerpo sin vida de mi amigo David Ballón, abandonado como un perro por los criminales en un suburbio limeño. Hasta los hay que argumentan que todo fue obra exclusiva y excluyente de policías díscolos independientes -odiados y hasta perseguidos por el dictador- que por su cuenta, riesgo y a contraorden hacían virtud de la hostilidad, cual Gary Coopers en Solo ante el peligro.
En náhuatl - la lengua de los aztecas - el topónimo Chapultepec quiere decir "a los pies del saltamontes". Me vino a la mente la teleserie, protagonizada por David Carradine, en la que el Pequeño Saltamontes de Kung Fu viajaba a través del Viejo Oeste de Estados Unidos venciendo por doquier obstáculos y enemigos con las únicas armas de su destreza en las artes marciales y la fuerza interior de su filosofía de vida.
Aborrezco las dictaduras y los caudillos. El fin no justifica los medios. Cualquier desviación del sufragio, la división de poderes y la libertad de prensa es una aberración. Pero también detesto los tópicos manidos: los de los "progres" y los de los "retros"; la hipocresía de la corrección política: la de los noventa y la de los dos mil. Y los hay que le entraron a ambas.
Ni todas las democracias son como la británica, ni todos los dictadores son como Mobutu Sese Seko. Digámoslo en alto: ¿No hubo estado de excepción en Irlanda del Norte durante décadas? ¿No han utilizado, algunos gobiernos democráticos, paramilitares contra el terrorismo, entre otros el gobierno socialista de Felipe González en mi país? El Perú de 1990-91 estaba a las puertas de convertirse en un Estado fallido: Phnom Penh 1975, víspera de la llegada del Khmer Rouge. Y digo esto en la convicción de que el regreso del fujimorismo al poder sería un retroceso, porque creo que lo que el Perú necesita son más instituciones y menos caudillos. Realicemos, empero, un juicio histórico sereno y ponderado no sólo de las lacras sino también de los logros de los noventa. Al César lo que es del César.
Sobre la guerra abierta del presidente Felipe Calderón contra el narcotráfico y el crimen organizado, las opiniones de mis amigos mexicanos se dividen en tercios: una minoría cree que no tiene opción y que prevalecerá; la mayoría, aun admitiendo que no hay alternativa digna, está convencida de que esta "guerra" no es "ganable" hasta que los países consumidores tengan la inteligencia y las agallas de tratar a los drogadictos como enfermos con dispensa médica de drogas a costo cero; unos pocos piensan que hasta que esto último se dé, cualquier victoria contra el narco será pírrica y lo mejor sería hacer la "vista gorda", aceptando y asumiendo entretanto el poder fáctico de los cárteles, como lo han hecho en distintos grados los gobiernos anteriores. Algo así como el estribillo de aquel corrido de José Alfredo Jiménez: "Se me acabó la fuerza -De mi mano izquierda -Voy a dejarte el mundo -Para ti solita".
El 4 de enero, el diario El Universal daba cuenta, en su página 6, de dos noticias: los cárteles mexicanos operan con mafias de Afganistán para abastecer de heroína a Europa, EE.UU. y Canadá; el Cártel de Sinaloa se abastece de cocaína en el Perú, para lo que dispone de dos bandas armadas en la sierra norte del departamento de Piura.
Les cuento una anécdota reciente. Hace unos meses me encontraba tomando un café en un conocido y multitudinario establecimiento miraflorino y en la mesa de al lado se sentaron dos jóvenes que, entre frecuentes miradas nerviosas al reloj, hablaban en un idioma eslavo. Les pregunté de dónde eran y uno me contestó que de Montenegro; claramente no me parecieron turistas, por lo que, después de mi imprudente pregunta, no quise abundar. Mis mínimos conocimientos de serbocroata me permitieron percatarme de que no hablaban ese idioma sino probablemente el albanés. Unos 20 minutos después llegaron dos locales y los cuatro empezaron a contar fajos de billetes de dólares, a la vista de la concurrencia.
Preguntas para la reflexión: ¿cuál es el verdadero poder del narcotráfico en el Perú? ¿Qué grado de infiltración tiene en las instituciones? ¿En qué medida corre el Perú el riesgo de caer en el drama que vive México? ¿Qué riesgos conlleva "soltar las riendas" del poder de la nación en un aventurado fraccionamiento regionalizador? ¿No facilita ello un asalto al poder, parcela por parcela, del narcotráfico? ¿Qué propuestas plantean los candidatos presidenciales para encarar el problema? Menos blablablá de "Les subiré los sueldos con su dinero ¡contribuyente!", y más soluciones a los verdaderos problemas del país.
FUENTE: Correo (Perú)
09 de Enero del 2011
Pasé el fin de año en la Ciudad de México, visitando a amigos con los que trabajé en la primera mitad de los ochenta. Brillaba el sol y no había contaminación - esa que provoca las fatídicas inversiones térmicas que castigan los pulmones de los "chilangos"-ni congestión de tráfico. El Distrito Federal era una ciudad relativamente apacible en que uno podía transitar a sus anchas. El desasosiego venía de la palabra escrita: las noticias en los periódicos, que muchos de mis amigos ya ni leen para evitarse la angustia y el "dolor del alma".
El 1 de enero al mediodía comía unos tacos en el emblemático El Califa de la Colonia Condesa, distrito situado en las faldas del montículo de Chapultepec, en cuya cima se alza el castillo del mismo nombre. Leía en el diario Reforma el estremecedor inventario de crímenes en 2010:
"México registró durante el pasado 2010 unas 12 mil 658 muertes asociadas a la violencia por el tráfico de drogas, lo que significa un aumento del 52 por ciento respecto de las estadísticas de 2009. Estos números se traducen en un muerto cada 40 minutos".
Pocos días antes había sido puesto en libertad el gerifalte del partido de gobierno, el PAN, Diego Fernández de Cevallos, después de ocho meses de cautiverio, por un rescate de 30 millones de dólares.
¡Qué deterioro en relación al México de 1985!, que dejé para incorporarme al Banco Mundial, y ¡qué parecido al Perú de 1990-91! que viví en mis viajes de trabajo como funcionario de dicho organismo. ¿Lo recuerdan? Los adolescentes no lo vivieron, y otros muchos, gracias a Dios, lo han ido olvidando. Algunos piensan que la violencia rampante y sanguinaria amainó por arte de magia. Otros que a golpe de violaciones sistemáticas de los derechos humanos, como si los ciudadanos de buena voluntad hubieran tenido derecho alguno al respeto y protección de sus vidas por aquel entonces. En mi recuerdo, el cuerpo sin vida de mi amigo David Ballón, abandonado como un perro por los criminales en un suburbio limeño. Hasta los hay que argumentan que todo fue obra exclusiva y excluyente de policías díscolos independientes -odiados y hasta perseguidos por el dictador- que por su cuenta, riesgo y a contraorden hacían virtud de la hostilidad, cual Gary Coopers en Solo ante el peligro.
En náhuatl - la lengua de los aztecas - el topónimo Chapultepec quiere decir "a los pies del saltamontes". Me vino a la mente la teleserie, protagonizada por David Carradine, en la que el Pequeño Saltamontes de Kung Fu viajaba a través del Viejo Oeste de Estados Unidos venciendo por doquier obstáculos y enemigos con las únicas armas de su destreza en las artes marciales y la fuerza interior de su filosofía de vida.
Aborrezco las dictaduras y los caudillos. El fin no justifica los medios. Cualquier desviación del sufragio, la división de poderes y la libertad de prensa es una aberración. Pero también detesto los tópicos manidos: los de los "progres" y los de los "retros"; la hipocresía de la corrección política: la de los noventa y la de los dos mil. Y los hay que le entraron a ambas.
Ni todas las democracias son como la británica, ni todos los dictadores son como Mobutu Sese Seko. Digámoslo en alto: ¿No hubo estado de excepción en Irlanda del Norte durante décadas? ¿No han utilizado, algunos gobiernos democráticos, paramilitares contra el terrorismo, entre otros el gobierno socialista de Felipe González en mi país? El Perú de 1990-91 estaba a las puertas de convertirse en un Estado fallido: Phnom Penh 1975, víspera de la llegada del Khmer Rouge. Y digo esto en la convicción de que el regreso del fujimorismo al poder sería un retroceso, porque creo que lo que el Perú necesita son más instituciones y menos caudillos. Realicemos, empero, un juicio histórico sereno y ponderado no sólo de las lacras sino también de los logros de los noventa. Al César lo que es del César.
Sobre la guerra abierta del presidente Felipe Calderón contra el narcotráfico y el crimen organizado, las opiniones de mis amigos mexicanos se dividen en tercios: una minoría cree que no tiene opción y que prevalecerá; la mayoría, aun admitiendo que no hay alternativa digna, está convencida de que esta "guerra" no es "ganable" hasta que los países consumidores tengan la inteligencia y las agallas de tratar a los drogadictos como enfermos con dispensa médica de drogas a costo cero; unos pocos piensan que hasta que esto último se dé, cualquier victoria contra el narco será pírrica y lo mejor sería hacer la "vista gorda", aceptando y asumiendo entretanto el poder fáctico de los cárteles, como lo han hecho en distintos grados los gobiernos anteriores. Algo así como el estribillo de aquel corrido de José Alfredo Jiménez: "Se me acabó la fuerza -De mi mano izquierda -Voy a dejarte el mundo -Para ti solita".
El 4 de enero, el diario El Universal daba cuenta, en su página 6, de dos noticias: los cárteles mexicanos operan con mafias de Afganistán para abastecer de heroína a Europa, EE.UU. y Canadá; el Cártel de Sinaloa se abastece de cocaína en el Perú, para lo que dispone de dos bandas armadas en la sierra norte del departamento de Piura.
Les cuento una anécdota reciente. Hace unos meses me encontraba tomando un café en un conocido y multitudinario establecimiento miraflorino y en la mesa de al lado se sentaron dos jóvenes que, entre frecuentes miradas nerviosas al reloj, hablaban en un idioma eslavo. Les pregunté de dónde eran y uno me contestó que de Montenegro; claramente no me parecieron turistas, por lo que, después de mi imprudente pregunta, no quise abundar. Mis mínimos conocimientos de serbocroata me permitieron percatarme de que no hablaban ese idioma sino probablemente el albanés. Unos 20 minutos después llegaron dos locales y los cuatro empezaron a contar fajos de billetes de dólares, a la vista de la concurrencia.
Preguntas para la reflexión: ¿cuál es el verdadero poder del narcotráfico en el Perú? ¿Qué grado de infiltración tiene en las instituciones? ¿En qué medida corre el Perú el riesgo de caer en el drama que vive México? ¿Qué riesgos conlleva "soltar las riendas" del poder de la nación en un aventurado fraccionamiento regionalizador? ¿No facilita ello un asalto al poder, parcela por parcela, del narcotráfico? ¿Qué propuestas plantean los candidatos presidenciales para encarar el problema? Menos blablablá de "Les subiré los sueldos con su dinero ¡contribuyente!", y más soluciones a los verdaderos problemas del país.
FUENTE: Correo (Perú)
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