Siempre juzgamos, eso normal, es una forma de defenderse o, en todo caso, de ocultar los propios defectos. Solemos exaltar errores de la gente y minimizar sus logros. Somos egoístas sin darnos cuenta, y aunque me gustaría creer en romanticismos del tipo “el hombre es bueno por naturaleza pero la sociedad lo corrompe”, prefiero ser pesimista como fueron en su tiempo Maquiavelo y Hobbs.
Ad portas de las elecciones del 2016 conviene tener presente dos ideas de suma importancia: no existe tal cosa como la esperanza y tampoco existe un candidato que encaje en la ética de los comunes. No se malinterprete, no hablo de la esperanza del día a día, ni de aquella que está vinculada a la fe, al amor o los sentimientos. Hablo de la esperanza vinculada a la política, que no existe, que es contradictoria o hasta antinatural. El político no es un hombre cualquiera y su formación exige, por el contrario, “pactar con fuerzas diabólicas que acechan en torno al poder”. Como bien indican las comillas, esta no es mi definición, sino la de un iluminado de “aquellos”, cuyo nombre es Max Weber.
Estos últimos cincos años, en ese sentido, nos han demostrado que cualquier candidato que hable de “esperanzas” o nos está mintiendo descaradamente o no conocen la real capacidad de un cargo público (sí, un cargo como el del alcalde o la mismísima presidencia). En la práctica del poder, el presidente tiene que lidiar con un sinfín de actores que tienen décadas ejerciendo una influencia que rivaliza fácilmente con cualquier institución del Estado, y estos actores, que bien pueden ser los medios de comunicación, la Iglesia o los grandes empresarios, jamás estarán dispuestos a ceder frente a un nuevo presidente, ni por la grandeza de la causa ni por el bien de la nación. Es así pues que un presidente solitario, sin mayoría en el congreso, difícilmente podrá combatir contra aquellos. Estará destinado a ser un mero títere del Estado propio y otros poderes fácticos.
“Hace falta hallar al candidato que pida más poder, aquel que plantee soluciones que, sin ser radicales, lleguen al extremo del que nadie quiere hablar".
Entones no tiene caso hablar de Ollanta Humala o Susana Villarán, ambos vendedores de falsas esperanzas en campañas pasadas y ciertamente acabados ahora para la política. Hace falta hallar al candidato que pida más poder, aquel que plantee soluciones que, sin ser radicales, lleguen al extremo del que nadie quiere hablar. Evidentemente, el solo ladrido de propuestas “fuertes”, no serán jamás suficientes, puestos que éstas deberán estar sustentadas por personas de significativa solvencia tanto moral como intelectual; en buena cuenta, demostrar que es factible, que puede ser posible, incluso si esto significa pelearse con algunas instituciones. La cruda práctica ha demostrado que mientras se respete el dinero ajeno y las leyes del mercado, la política puede bailar al son de cualquier ritmo.
Finalmente, Keiko Fujimori, Pedro Pablo Kuckzynski, Cesar Acuña, Alan García y Alejandro Toledo, son candidatos legítimos, a pesar de Alberto Fujimori, la pagina 11, la plata como cancha, los narco indultos y el avión parrandero. La sociedad peruana ha creado esos candidatos, pues finalmente cada uno de ellos es el reflejo de nuestra población. Habrá mejores candidatos el día que haya mejores ciudadanos, en general. Aunque suene duro, a la hora de votar debemos tener en cuenta una serie de factores, y la corrupción (junto a la ética) no deben tener más peso del que le daríamos a la eficiencia y al principio de autoridad. Solo hace falta observar nuestros principales problemas: la corrupción y la inseguridad, .
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