Haciendo gala una vez más de su conocimiento e interés por el Perú, Ricardo V Lago nos muestra en su columna sabatina del diario Correo, las desventajas de este “proceso de regionalización” (proceso, porque ciertamente no es algo consolidado y tiene muchos defectos que han salido a la luz en los últimos años).
El argumento más sólido es la analogía que emplea con España, país conocido por sus problemas de “identidad”. Sin embargo, y si bien son válidas las recomendaciones de Ricardo, dar marcha atrás en este proceso o quitarle ciertos poderes a los “presidentes regionales” significaría un enorme costo político para el presidente de turno (¿pero cuantos presidentes tenemos?). Y no sólo eso, ya que uno se imagina lo que ocurrió con el Baguazo y se pregunta qué pasaría si cuatro o cinco regiones importantes (ricas en canon minero y geográficamente influyentes) se levantaran contra el gobierno simultáneamente. Sin duda alguna, digno de una película de terror, y aquel gobernante que tenga la intención de corregir este problema deberá revivir al mismísimo Winston Churchill para llevarla a cabo. Es un problema, y como tal, debe resolverse.
Abandonar la regionalización y dar paso a una descentralización administrativa
El Perú está repitiendo uno por uno los errores de España en materia de regionalización. La peruanidad siempre fue un activo de la nación peruana. A diferencia de España y otros países europeos, el Perú que es hoy nunca tuvo problemas de nacionalismos y separatismos periféricos, porque la peruanidad es una nacionalidad surgida de la resistencia al desmembramiento del que otrora fuera el Gran Perú del Tahuantinsuyo y luego del Virreinato.
El problema en el Perú republicano hasta mitad del siglo XX era de otra índole. José Carlos Mariátegui lo caracteriza, en Los Siete Ensayos de la Interpretación de la Realidad Peruana, como una dualidad irreconciliable de raza y de lengua entre la costa, mestiza y española, y la sierra y montaña predominantemente indígenas. Entre un Perú autóctono y una raza extranjera que no había logrado ni eliminarlo ni absorberlo ni integrarlo. Propone Mariátegui estructurar el país sobre las raíces e instituciones indígenas, mudar la capital de Lima a Cusco, y erradicar en lo posible el componente cultural europeo.
Víctor Andrés Belaunde, en La Realidad Nacional, rebate a Mariátegui argumentando un “tendencioso empeño en acentuar los contrastes geográficos y raciales ….una irreductible dualidad de elementos ... (obviando) la gravitación histórica de cuatro siglos de convivencia y de fusión entre las razas española e indígena”. Proceso, este último, que se profundizaría avanzando el Perú hacia un país cada vez más mestizo: “nuestro empeño debe ser completar la obra de síntesis que se realizó lentamente en la Colonia y que debió culminar en la Independencia ... Empobrecer nuestra perspectiva histórica, limitar nuestro presente con artificiales exclusivismos, sería empobrecer y limitar el porvenir.
Claramente, ochenta años después de ambos ensayos, en mi opinión, Mariátegui se equivocó y Belaunde acertó. El proceso de fusión progresiva, hacia un Perú cada vez más “cholo” se materializa con la emigración masiva hacia la costa desde los años cincuenta. Además, desde 1990, con el surgimiento de un empresariado emergente en los conos de Lima, se está empezando a disociar paulatinamente el componente racial del social. Un fenómeno que tan lúcidamente describe Rolando Arellano en “Ciudad de los Reyes”. Y ahí yerran totalmente tanto Mariátegui como Belaunde al pronosticar que “es evidente", y en esto tiene razón Mariátegui, que nunca será Lima una capital congestionada como Buenos Aires .Y quizás sea mejor para el Perú tener repartidos los centros industriales y no sufrir la encefalitis de países como Argentina y aun Francia”.
Ambos concuerdan, no obstante, en cuanto al anacronismo del debate centro - federal; la unión del centralismo con el caciquismo o provincialismo; y la dificultad de establecer una justa diferenciación geográfica en regiones del Perú.
El verdadero visionario es Belaunde argumentando contra “la artificial división de la unidad nacional en pequeños estados autónomos que luego se unen con un círculo más o menos fuerte“. Citando al padre Mier en que “el federalismo se imaginó para unir lo que estaba dividido, no para dividir lo que estaba unido”. En definitiva, se pronuncia a favor de la descentralización y en contra de la regionalización.
Hemos olvidado sus advertencias y el Perú se ha embarcado en un programa disparatado de transferencia de competencias a regiones cada vez más autónomas; en general, controladas por movimientos localistas “ad hoc” formados en torno a líderes “independientes” en consorcio, a veces, con partidos minoritarios radicales pero de militancia férrea que no tendrían futuro alguno a nivel nacional.
Los gobiernos regionales hasta osan cuestionar la autoridad del gobierno central; como ocurrió cuando hasta funcionarios de segunda del gobierno de Lambayeque criticaron e incluso calumniaron en los medios la autoridad de la ministra de Economía por renegociar términos menos desfavorables para el contribuyente peruano en el proyecto de Olmos (proyecto realizado gracias a la garantía del Tesoro Público).
En marzo del 2007, en la Declaración de Huánuco:
http://www.mesadeconcertacion.org.pe/documentos/general/gen_00854.pdf
los presidentes regionales trataron de poner al gobierno contra las cuerdas pidiendo autonomía fiscal y de gasto público, transferencia progresiva de competencias, y renegociación de canon y contratos de concesiones.
En las primeras elecciones regionales, la mitad de las presidencias las lograron partidos localistas; en las del 2006, muchas más; y en estas últimas, 21 de las 25 presidencias han quedado en poder de los partidos localistas.
El canon está empezando a constituir regiones ricas y regiones pobres. El proceso hacia la mayor autonomía regional –sobre la base de lo que en realidad eran las intendencias coloniales– está conduciendo a un país artificialmente invertebrado, por utilizar el término de Ortega y Gasset; se corre el riesgo de en algún momento empezar a perder el “activo de la peruanidad”, dando paso a la bolivianizacion del país en reinos de tarifas; se está acrecentando el riesgo regulatorio para la inversión privada. No se pueden descartar “separatismos” a futuro.
El Perú todavía está a tiempo de dar marcha atrás y cambiar de rumbo hacia un modelo fundamentado en una auténtica “descentralización” administrativa, para agilizar la identificación y ejecución de las inversiones públicas de ámbito local, pero sin cercenar, más que lo estrictamente necesario, la autoridad del Gobierno Central. Sin correr el riesgo de llegar al punto de que sea imposible el trasvase de un río a otro para nivelar el suministro de agua en la nación, como ocurrió en España con el Transvase del Ebro, vetado por Cataluña y Aragón que prefieren que todo el agua del Ebro fluya al Mediterráneo en lugar de que una parte vaya a paliar la sequía del Levante mediante un transvase.
Los constituyentes del 79 creyeron que la regionalización iba a ser una panacea para resolver la cefalitis de Lima y descentralizar el país sin poner en riesgo la “peruanidad”; la puesta en práctica de ésta a partir del 2002 está demostrando que se está convirtiendo en uno de los mayores pasivos del Perú.
“Niños del mundo, si cae Perú, digo, es un decir, si cae del cielo abajo…” diría yo parafraseando a César Vallejo, nieto de dos señoras Chimú y dos señores españoles. Encarnación del Perú mestizo del que hablaba Víctor Andrés Belaunde. La peruanidad personificada era don César.