José Mujica, al ganar las elecciones presidenciales en Uruguay, dio un gran discurso que vale la pena recordar ahora que carecemos de un presidente con actitud conciliadora (de hecho, siempre hemos carecido de un presidente así):
“Pero también recordemos, en una noche de alegría, que hay compatriotas que tienen tristeza y que son hermanos de nuestra sangre... compañero, por eso, ni vencidos ni vencedores, apenas elegimos un gobierno, que no es dueño de la verdad… y vaya mi reconocimiento a los hombres que representaron al Partido Nacional, al Partido Colorado, al Partido Independiente, compatriotas, TODOS compatriotas… Y si tú tienes alegría, no cometas el error, JAMÁS, de ofender a los que optaron por otra opción. Mañana, la patria continúa… “.
La diferencia entre ambos es abismal, y la única justificación posible es que, a diferencia de Ollanta, Mujica tiene una larga trayectoria que solo la escuela de la vida puede dar. Los años de guerra ideológica y armada, las persecuciones, la prisión y los inacabables debates han hecho de Pepe Mujica un hombre “sabio”, que sabe escuchar, que sabe polemizar con los otros y alcanzar acuerdos sin olvidar sus convicciones. Es por eso que quizá el presidente uruguayo sea considerado el más “cuerdo” de entre todos los mandatarios de izquierda habidos y por haber, por encima incluso de Lula da Silva o Dilma Rousseff.
Es una lástima, ya que el discurso de Ollanta Humala fue moderado en muchos aspectos y positivo en el sentido de que es capaz de satisfacer a posiciones tan distintas como la del diario Correo (de derecha) y La República (de izquierda). No hay plena satisfacción, es cierto; pero logra tranquilizar, en parte, las demandas de uno y de otro sector. Y lo que hubiera podido ser un “buen comienzo” terminó opacado por una innecesaria provocación a los fujimoristas y a los ciudadanos que, como yo, nos espantamos al escuchar el número maldito: “79”. Sí, aquella nefasta constitución del 1979 que nos remonta a los peores años de la historia republicana del Perú.
Convengamos en que el discurso de Ollanta Humala tranquiliza a corto y mediano plazo, pero no pequemos de optimistas (leer columna de José Barba Caballero). Los ministros entran y, sobretodo, salen cuando el presidente –mismo emperador –baja el dedo. Lo recomendable es estar tranquilos sin perder de vista lo que hace el nuevo gobierno, y ya en el segundo o tercer cambio de gabinete veremos (o sabremos) qué rumbo seguiremos: Hacia la consolidación de la democracia y el modelo económico con énfasis en lo social o hacia la dictadura.
Es una lástima, ya que el discurso de Ollanta Humala fue moderado en muchos aspectos y positivo en el sentido de que es capaz de satisfacer a posiciones tan distintas como la del diario Correo (de derecha) y La República (de izquierda). No hay plena satisfacción, es cierto; pero logra tranquilizar, en parte, las demandas de uno y de otro sector. Y lo que hubiera podido ser un “buen comienzo” terminó opacado por una innecesaria provocación a los fujimoristas y a los ciudadanos que, como yo, nos espantamos al escuchar el número maldito: “79”. Sí, aquella nefasta constitución del 1979 que nos remonta a los peores años de la historia republicana del Perú.
Convengamos en que el discurso de Ollanta Humala tranquiliza a corto y mediano plazo, pero no pequemos de optimistas (leer columna de José Barba Caballero). Los ministros entran y, sobretodo, salen cuando el presidente –mismo emperador –baja el dedo. Lo recomendable es estar tranquilos sin perder de vista lo que hace el nuevo gobierno, y ya en el segundo o tercer cambio de gabinete veremos (o sabremos) qué rumbo seguiremos: Hacia la consolidación de la democracia y el modelo económico con énfasis en lo social o hacia la dictadura.
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